viernes, 26 de diciembre de 2008

La tormenta en tierra

Me apresuraba entre la gente, estaban demasiado juntas unas a otras aquellas masas. Iba dando empujones por doquier. Sería mi última oportunidad, y por nada del mundo me iba a permitir perderla. Seguía corriendo. Costaba trabajo respirar. Había bastante humedad aquel día de junio. Era agobiante. Conseguí al fin divisar el barco, pero no a él. La claustrofobia y la desesperación empezaron a atosigarme hasta hacerme derramar un par de lágrimas. Grité su nombre con todas mis fuerzas por encima de tanto bullicio.
De repente, la gente pareció apartarse de mi camino, y al final de él estaba allí. La persona que más amaba de todo el mundo, la que se hizo dueño de mis sueños y de todo mi ser. Hice un último esfuerzo por alcanzarle y me lancé a sus brazos escondiendo la cabeza en su pecho para que no viera mis lágrimas. Me estrechó hacia él recordándome que me echaría de menos y que intentaría volver en cuanto le fuese posible. Me levantó la cabeza con una mano. Me miró a los ojos intensamente. No pronuncié palabra, pero aún así se lo dije todo. Él pareció entenderlo y su mirada se hizo reflejo de la mía. Era como un secreto que compartíamos pero ninguno sabía que el otro también lo conocía.
Llevó sus labios lentamente hacia los míos, disfrutando cada segundo que duraba. Los separó un momento para volver a juntarlos nuevamente. Me besó con tal dulzura que no podía pensar en otra cosa que en que el tiempo se parase sólo para nosotros dos. Pero se ve que entonces nadie estaba de nuestra parte y pocos segundos más tarde tuvo que irse.
- Cómo no he podido darme cuenta antes... Cómo he podido estar tan ciega antes... Lo único que quería era estar con él y he perdido mi oportunidad...
Me qudé allí hasta que ya no se podía ver el barco. Probablemente no lo vería nunca más o hasta dentro de muchos años. Me asaltaban los recuerdos que tantas tardes habíamos pasado juntos. Ahora entendía las palabras que me decía sólo a mí, sus miradas, sus gestos, las veces que tonteaba conmigo... Ahora parecía lo más obvio del mundo que él me quería tanto como yo a él.
Mi cuerpo ya no respondía de mí. Las lágrimas se escapaban solas y surcaban mis mejillas pálidas. Caí desvanecida en el suelo, o eso me pareció cuando de repente vi a las personas que me rodeaban tremendamente altas y me sentí insignificante.
Ya nada me motivaba a levantarme una vez más. Yo, que había soportado miles de golpes y puñaladas traperas y siempre había salido adelante. Había perdido al amor de mi vida y todo me daba igual.



To be continued...

1 comentario:

frost dijo...

disculpa, eres de la escuela de arte san telmo? si es asi, me agregaria? elfrost_91@hotmail.com